No he hablado con nadie. La contengo para que no desaparezca.
No sé cuánto tiempo ha pasado. Si alguien me dijera que han pasado cuatro meses, le creería.
Pero no. Chequeo el celular y sólo hay un día de distancia.
Ninguna notificación. Me quedo mirando la pantalla y marco el número de mi mamá.
No pararon las palabras los ladridos el silencio
Cierro el teléfono con el peso de lo que conté desencajándome la mano.
Mi mamá no dijo ni una sola palabra. Sólo escuché un sollozo entrecortado.
Se me sale un grito como de niña perdida en una plaza vacía.
Nadie me vendrá a buscar.
Las palabras siguen dispersas a un paso de mi boca como esperando que las regrese. Pero no pueden volver.
Suena el celular. Es mi tía.
He desatado algo para lo que no estaba preparada. Lo siento llegar a mi puerta.
Tengo que salir de aquí. Pero en vez de salir abro la laptop y busco alguna respuesta. Alguien tiene que saber algo es que no puede ser.
Busco entre los archivos alguna foto de Silvia que sirva para encontrarla. El teléfono sigue sonando. Encuentro una.
Silvia mira la cámara. Tiene puesta una camisa azul de lino que le queda medio grande. Sonríe pero en sus ojos se anticipa otro gesto. Coloco la foto junto a una lista que intenta describirla.
¿La has visto?
En letras grandes
Vista por última vez
Salvo el documento y lo meto en una memoria.
Miro el aparatito y siento que es una traición. No sé por qué
Lo pongo debajo de la almohada y me duermo
Me despierto temblando, sudando una fiebre. Dormí sólo veinte minutos.
Ni me baño y salgo a buscar un sitio de fotocopias. En una pizarra de corcho al lado de un printer dañado, las caras de cuatro mujeres.
Yamilé, Johana, Maricarmen, Natalia.
Las cuatro desaparecieron hace menos de un mes. No parecen tener nada en común.
Tengo 36 llamadas perdidas. Espero a que el pana me atienda detrás del calor de un CPU.
Le paso la memoria
Aparece su cara en la computadora y me asusto. Casi pego un grito pero decidí mejor clavarme las uñas en el brazo.
200 copias
Salgo con la pila de papeles dentro de un sobre manila, como si la llevara en una bandeja. El sol me deja medio ciega y se me cae el sobre en la cuneta (seca). Lo miro buscando una señal pero no hay nada.
Lo recojo y camino hasta el metro. En el medio de la Juan Pablo Duarte me paro y le doy su nombre a quien lo reciba.
Una señora me dice que tiene siete meses buscando a su sobrina. Lo único que han escuchado es que alguien la vio en un colmado en Nagua, bebiendo romo empicá de la botella, sentada sobre las piernas de un hombre. Mientras se va, me dice que su sobrina se llama Suleimy y tiene 17 años.
Sigo entregando lo que me queda de las copias hasta que un seguridad me dice que no puedo estar haciendo eso. No le pregunto por qué
En la calle me siento como un insecto debajo de un rayo de sol magnificado. Olvidé que había subido la foto a las redes.
73 llamadas perdidas, 140 notificaciones varias.
Y un correo indecifrable que extrañamente no cayó en spam.
Bajando la Máximo Gómez como una autómata y los carros van tan rápido que suenan como la lluvia.
Qué cruel pensar en su boca y no poder al menos mirarla moverse.